jueves, 27 de diciembre de 2007

Un perro negro con su larga cadena (Cuento de Jorge Luyo)

UN PERRO NEGRO con UNA LARGA CADENA
Por: Jorge Luyo Yaya

Una juvenil historia cañetana
Una vez concluidos mis estudios en el. Colegio Primario Nacional de San Vicente, Centro Escolar, ubicado al lado de la antigua maderera Chahuara y que hoy ya no están, pase ha estudiar en el Instituto Comercial Bolívar, dirigida por el Sr. Shwarsz Zuloeta (creo que así se escribe), a la sazón, secretario del municipio de San Vicente. Eran los primeros años de la década de los 60s.

El horario era a partir de las 5 de la tarde hasta las 10 de la noche. Como vivía en Hualcará, los que estudiábamos en este centro de estudios de media comercial, habíamos contratado un auto cuyo chofer debía llevarnos a la escuela y recogernos en la plazuela San Martín, era una rutina diaria. Viajábamos apretados, pero todos en un mismo viaje. Los alumnos lucíamos nuestro uniforme caqui y las mujeres unos mandiles azules con ribetes celestes.

Mi condición de inquieto joven, hacía que algunas veces la movilidad volviera a la hacienda sin mí. El camino de la conocida “repartición” de Hualcará era largo y oscuro. A esa hora ya las luces de la hacienda se habían apagado. Algunas veces las tres señales que anunciaban el voluntario, pero obligatorio, apagón hacían que tenga que correr para llegar antes que la oscuridad cubriera toda la ranchería.

Sobre la oscuridad del camino habían tejido una serie de cuentos sobre lo “pesado” de ese camino. Uno de ellos era que ha cierta hora solía aparecer un perro negro arrastrando una larga cadena. Sus aullidos eran lastimeros y atemorizantes, según contaban algunos que decían haber sufrido la “pesada” experiencia.

Yo traté, siempre, de ignorar esos cuentos, pues los consideraba eso mismo: cuentos. Los días que me quedaba, por charlar, generalmente con mis compañeras de clases, caballero me bajaba en la entrada de la repartición. Algunos pasajeros, enterados de la tétrica historia, me hacían advertencias y otros daban consejos buenos para el susto. Pero nunca fui sorprendido por el mentado perro negro.

Algunas veces cuando me quedaba en el pueblo, me encontraba en el paradero con una compañera, la única en el nivel nocturno que, esperanzada, me esperaba para hacernos compañía en el pesado camino. De otra manera ella tomaba un taxi que la llevara hasta la misma puerta de su casa.

Un buen día la hora se había pasado, como casi era mi costumbre, y empecé la larga caminata. Al llegar a la segunda acequia que separaba los potreros oí, por vez primera, el tan mentado aullido o por lo menos eso apreciaron mis asustados oídos. Me paralicé por un momento, mientras decidía si correr o quedarme paralizado que ya no era por mi voluntad, sino propio de la tremenda sorpresa. No de susto, que caray.

En esos eternos segundos, me pareció ver los brillantes ojos del negro perro. Además, también, me pareció ver parte de la larga cadena que decían arrastraba el animal. Y ya casi cuando había decidido emprender veloz carrera escuché un murmullo o aullido, por lo menos eso es lo que me pareció, en medio de mi confusión.

Ya cuando estaba a punto de voltear, la sombra empezó a crecer tanto como mi asombro. Lo peor vino cuando la sombra emitió palabras. Lo más asombroso fue que esas palabras decían mi nombre. ¡¡Jorge, no te vayas, por favor!! ¡¿Qué?!

En esta parte, vi pasar mi vida en un segundo. Lo que parecía la sombra se acercó y agregó: ¡no te vayas, espérame. ¡¿Qué?!

Todo era oscuridad, ningún vehículo hacía su aparición. Ya a punto de, no de correr, sino de caerme a la tierra, escuché que me dijo la sombra: ¡Jorge, soy yo Ana!

Efectivamente y ya calmado, era Ana, con su mandil azul, su lapicero que resplandecía en el pecho. “Me quedé y no tenía plata para el taxi, tu no llegabas y me atreví a tomar un colectivo a Imperial, me dejó en la repartición, pero caminé hasta aquí y ya no pude seguir caminando. Me dio miedo y me senté a llorar. ¡Gracias a Dios que te habías tardado más de la cuenta. Gracias, gracias” y, se abrazó a mis tembloroso cuerpo.

Pueden creer que desde ese día nunca más me quedé más de la hora y mucho menos perdí la movilidad. Pero, imagínense ponerse a llorar, precisamente, en el lugar donde decían que aparecía el perro negro con su larga cadena.

Ahhhhhh Fujimori

AMNESIA A LA PERUANA
Por: Jorge Luyo Yaya jlimagenes@hotmail.com
Aún, cuando probado está que se trata de un ciudadano japonés pues, hasta postuló por una curul en las últimas elecciones políticas en el país del “Sol Naciente” y si bien su pretendida elección fue un rotundo fracaso, fue su última jugada con miras a una calculada evasión a la extradición, la que finalmente se dio, Alberto Fujimori Fujimori, también es parte de esa pléyade de peruanos amnésicos.

En el Perú existe una enorme cantidad de ciudadanos pertenecientes a una estirpe que parecen herederos de un mal congénito: La amnesia.

Un ciudadano común puede robar, estafar, llevarse de encuentro un banco o empresa y, luego de unos años, seguir siendo un “señor”. De la misma manera, un político puede hacer un gobierno desastroso, además, ser considerado un agresor de los derechos humanos; huir, asilarse, esperar la prescripción de la causa, regresar, postular nuevamente y, a pesar de todo, ganar las elecciones. Hay otros políticos, con una carrera plagada de denuncias por delitos graves y juicios pendientes y esto, para muchos, no es un motivo de preocupación. Otros, simplemente dejan pasar la corrupción que políticos antagónicos denuncian a diario. La prensa llena primeras planas con titulares que ponen en evidencia el latrocinio. Los taxistas, esa especie de termómetro callejero, realizan encuestas e informan a los ciudadanos, de a pie, sobre sus investigaciones y últimos datos pero, nadie escucha el clamor general, mas bien lo ignoran. Es más, lo olvidan rápidamente.

Basado en este extendido criterio, el ayer presidente de la República del Perú Alberto Fujimori, hace uso y abuso de este conocimiento. Ha intentado, desde fuera de las fronteras peruanas, postular a la presidencia peruana. Apenas fue superado en votos por los otros candidatos y como no llegó a superar el porcentaje requerido, una minoría de peruanos libraron de verlo sentado, una vez más, en el sillón presidencial.

Todo intento por desviar la atención sobre acusaciones que van desde usurpación de funciones, hasta agresiones contra la vida y los derechos humanos es válido. El “Chino” Alberto Fujimori, se enfrenta a un juicio en el que le es permitido tomar poses de político en campaña, respuestas rodeadas de una serie de apológicos discursos, o adicionándose condiciones de pacificador sin parangón.

El acusado Fujimori, está utilizando, como estrategia de defensa, el olvido selectivo y hasta llegar a la ingenuidad de firmar documentos sin lectura previa. Además, con frecuencia, recurre a su derecho legal de mantener silencio ante preguntas incómodas.

Cuando casi todo el Perú conocía las mañas y se hacían todo tipo de denuncias por in conducta y hasta se conocía sobre una condena por traición a la patria al mega asesor presidencial Vladimiro Montesinos, el reo Fujimori dice no haberse enterado de ello hasta muchos años después.

La ex primera dama y hoy congresista Keiko Fujimori declaró, en aquellos años, que ella le había recomendado a su padre deshacerse del tenebroso asesor, pero que él le había confesado que no dudaba de su integridad y que más bien le renovaba su confianza. Esas, antaño aseveraciones, hoy lo han colocado contra la pared y no le ha quedado mayor recurso que refugiarse en su mala memoria y, a la novedad de que un Presidente de la República, Comandante y Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas no da órdenes, sino directivas o sugerencias, por lo tanto, no es responsable de los excesos que pudieran haber cometido las fuerzas armadas en su lucha contra el terrorismo.

El fiscal suplente y los abogados de la parte civil, basados en su primario comportamiento, han arremetido en contra de su selectiva amnesia y uno de ellos leyó un párrafo de un libro escrito por un político admirador del hoy acusado ex presidente. Del párrafo se desprende una admiración por lo prodigiosa de la memoria del “Chino”. “Era capaz de retroceder años en sus recuerdos y precisar puntos, comas y fechas, sin error”. Ahora, pide disculpas por lo avanzado de su edad, es quizás por ello que ni siquiera recuerda la existencia del criminal y sanguinario “Grupo Colina”. En este punto cabe destacar que con los años, generalmente, se recuerda lo pasado y más bien se olvida lo reciente.

Las siguientes audiencias servirán para ver hasta donde lleva la estrategia del olvido al ex mandatario peruano.